sábado, 25 de junio de 2011

Texto hecho a mano.

¿Cómo reconocemos unos dedos que están tristes? ¿Cómo descubrimos en las manos las huellas de las ausencias inasibles? ¿Se enreda en la muñeca, se convierte en puño amenazante, en extremidad desplegada en busca de llegar a la otra orilla? ¿Cómo distinguimos en la diestra y la siniestra unos dedos atacados por la artritis de unas sábanas sin vida? Tal vez por el sabor del sudor que escurre desde adentro, por la rigidez de unas manos sin vida ni substancia, sin piel, acartonadas, inmóviles, intocables, inútiles sin un cuerpo que sea destino y una piel que sea guarida. Las mismas manos que no reflejan la sombra de formas ni figuras, invisibles, ciegas, perdidas en camino a la memoria de un cuerpo abandonado.

En las manos se conserva, atrapada entre los dedos, la humedad, el aroma, el aliento y la presencia de la tierra mojada, de las gotas que hacen de nosotros extensión y cuerpo de la lluvia, del río que nos moja y alimenta, del mar que nos deja escamas en los dedos para recordarnos que somos habitantes naturales del fondo del océano. La vida se derrama a través del tacto, su ruta, sus misterios y descubrimientos, de las huellas digitales que dejan las falanges en cada asalto a los recuerdos, en esas manos como zarpas que transforman toda geografía, en la bofetada que sacude y desconcierta. Has imaginado tus manos como alas, abiertas, desnudas, en vuelo con rumbo al paraíso.
¿Dónde guardas el apretón de manos, el saludo confiable, consistente, entrañable, la palmada cariñosa, el abrazo que se cierra en tu espalda, el manotazo subversivo, el aplauso a la canción inolvidable, al artista cómplice de besos y miradas entre copas, acordes y poemas, a dónde llegarán los callos curtidos de quimeras y deseos? Has advertido inútilmente la indebida ventaja del que no sabe ganar si no es con mano negra.  ¿Has levantado tus dedos, uno a uno, para contar, sumar y describir los días, las voces, los rostros, palabras y ocasiones que se conservan por sí mismos en el espacio infinito e irregular de la memoria? Otras veces has extendido el brazo con la mano abierta al otro extremo, buscando detener y calmar al intranquilo, al ansioso, al exaltado, al impulsivo. Y te has detenido al ver el mismo gesto frente a ti, exigiendo una respuesta a tu insolencia y tu descaro.
                                                                                                                   
A veces descubro a la tristeza oculta en la cutícula, y la veo derramarse como lágrimas que marcan surcos en la palma de la mano. Otras la veo perderse debajo de las uñas, junto a la tierra acumulada de escarbar tantos recuerdos. Entonces señala con el índice el motivo de su mueca, al culpable de su gesto de nostalgia, muestra la vereda por dónde la vio perder sus pasos. El mismo índice que indica y da forma al inventario, el que determina y subraya el  repertorio, ese dedo que pasa suavemente las páginas de un libro, el que señala la causa de una sonrisa convertida en carcajada. Dedo atrevido que se levanta pidiendo la palabra, apuntando la presencia, buscando la mirada que aparenta ser esquiva. ¿Has llevado tu dedo hacia la boca, pidiendo silencio al insensato, al impaciente, a la voz de mujer que presagia tu llegada y reprocha tu tardanza?
De la infancia conservas la costumbre de meter el dedo en la cazuela, en la olla de leche oliendo a nata, en el frasco de dulce y en todo exquisito manjar de la niñez. Las palabras de una mujer nacida del misterio te quitaron el miedo a hacerlo en cuevas, cerraduras y escondites, en sinuosas humedades, en pozos furtivos y secretos. No eres tú si no has intentado aliviar el dolor al sobar con tu mano la marca que deja en la piel un golpe artero, si no dejas avanzar tus manos a tientas entre sombras y parajes, buscando descubrir regiones y destinos de los que otros huyen y se alejan. ¿Revives el adiós, palmo a palmo, cuando resurge en la memoria la piel reseca de una despedida irremediable? Solo entonces aprenden esas manos a secar tus lágrimas, a deslizarse por la piel en caricia que pretende incitar una sonrisa.
¿Qué es de un texto apresurado cuando decides que le vas a “meter mano”? ¿Con qué mano suave y primigenia ofreció Eva el fruto prohibido a Adán, que lo aceptó en propia mano? Imaginas el dolor del clavo desgarrando los tendones de una mano convertida en crucifijo. ¿En qué momento tocó dios el dedo del hombre para dar principio a la creación? Has vivido y dado vida a manos llenas, te has quedado, te han dejado, con las manos vacías, han lastimado las espinas esas manos. ¿Has metido las manos al fuego por todo aquel que crees que lo merece, aunque al final te hayas quemado con las brasas? ¿Vives de cabeza en el pulgar que determina la muerte y la desgracia, o habitas en el mismo dedo cuando señala al cielo para anunciar victoria o perdonar la vida a los que saben dar la cara aún en la derrota? ¿Cruzaste alguna vez la calle tomado de la mano de tu madre? Recuerdas el dolorido aprendizaje de pelear a mano limpia, de enfrentarte ante todo adversario mano a mano. Intuyes, imaginas, sueñas con los secretos que guardan en sus manos los magos y los dioses, invocas los hechizos y la magia de Merlín, Tonantzin, Circe o Gandalf. Has sido silencioso testigo de las maravillas del lenguaje que convierte a las manos en voz, tímpano y palabras mientras vuelan y  dibujan en el aire la lengua y el idioma de un sordomudo.


¿Has sido capaz alguna vez de lavarte las manos frente a un hombre del que sabes su inocencia? ¿Qué hacen las manos rotas del poeta que renuncia a escribir ante el dolor? Dan voz y consuelo a los deudos, a los indefensos, al cansancio, a la justicia, a la vida y la impaciencia.
¿Qué se pierde, se transforma, en el dedo anular atrapado por aros y sortijas? La falta de esa argolla subraya en silencio que no hay dueños ni presencias consagradas por el rito y la costumbre. Cambias día a día la respuesta que descubres al tocar con tus dedos un espejo, para saber quién es el que te observa fijamente desde el otro lado del cristal. Persiste en tu tacto el recuerdo de la primera vez que te atreviste a tomar la mano de aquella novia de la infancia. Recuerdas el temblor, la torpeza de unas manos sudorosas que aprendían entonces a estar vivas y fueron descubriendo secretos que se convirtieron en caricia. Has visto volar las manos de una mujer que da vida y color en cada lienzo a ensoñaciones y siluetas. ¿Has dado la mano a tu hijo cuando ves venir sus lágrimas? ¿Frente a la justicia, nunca la venganza, has dicho y pensado alguna vez “estamos a mano”? ¿Has dejado caminar tus dedos sobre el teclado palpitante de un piano con nombre de mujer? ¿Desde dónde llegan a tus manos las letras que dan forma con tu pluma a estas palabras? ¿Es pequeña la tristeza, es cómo el meñique aislado, frágil, temeroso, tímido acompañante de un puño golpeando la pared? ¿O es ese mismo dedo el que cierra y da forma a toda empuñadura?
Guardas el recuerdo de las manos largas y fuertes, nobles y serenas de tu padre. Dices “mano” para saludar al amigo que el tiempo ha convertido en un hermano. ¿Cuándo, cómo se transforma una mano abierta y extendida en puño y amenaza? Te has quedado, sin gritar, con el dolor metido en la garganta, con la mano asfixiada en el quicio de una puerta que se cierra. Has vaciado con tus manos el licor de esa botella con sabor a madrugada.

¿Estás seguro de que tienes buena mano cuando decides poner tu semilla en tierra extraña? ¿Confías en esa buena mano cuando te juegas la suerte mandando tu resto en un albur? Eres “mano” cuando se trata de enfrentar al cobarde, al traidor, al arrogante, al inhumano. Te has tomado con las manos la cabeza al encontrarte de frente a la sorpresa, al dolor, el desconcierto, incrédulo, pasmado, inmóvil, en presencia de lo absurdo. ¿Sabes ponerla por delante cuando es necesario echar la mano al que está en el suelo, al resignado, al débil, al solitario, al indefenso? ¿Has acariciado con tus manos las cuerdas armoniosas de una guitarra elaborada con la madera más preciosa, que es la piel de una mujer? ¿Con qué manos puedes escribir tu propia historia? Usas tu mano para proteger del sol esa mirada que otea el horizonte en busca de su sombra y su navío. Agitas la mano, lenta, cálida, suave y efusiva, para señalar el adiós del que sabe que se vive de reencuentros.

martes, 21 de junio de 2011

Te quiero, papá.

No sé cuánto tiempo más pueda extrañarte. Haces falta, porque sin ti creció la obsesión de lastimar tu memoria con mezquindad y torpeza. Sobrevive tu ejemplo, tus ganas de vivir, tu nobleza, tu humor inteligente, tu sabiduría, tu grandeza, tu capacidad de ser tú mismo, de enfrentar adversidades y vencer a la ignorancia y a la envidia con talento y confianza. Naciste para cimentar y convencer. Para argumentar y debatir. Para compartir y crecer. Queda entre nosotros el amor a los tuyos, a tu familia, a tus amigos. Tu preocupación por el débil, tu afán por construir un futuro dónde cupiéramos todos. Humano, es la palabra que agranda su significado con tus virtudes y defectos. Porque sigues aquí, en nosotros, tus nietos, tu sonrisa, y porque desde dónde estás, junto a él, no has dejado de velar por los tuyos. Gracias siempre, por todo.
No he dejado de llorar tu ausencia. Pero hoy acompaño tu recuerdo con una sonrisa. Te quiero, papá.

viernes, 17 de junio de 2011

De vasos y vacíos.

"Tiene razón el Presidente", pensé, en un arrebato oficialista del que apenas me voy recuperando. "Soy un pesimista, siempre veo el vaso medio vacío", concluí, tal vez intoxicado por un filete de res con clembuterol. Me asomé en busca de buenas noticias, seguro de que en el margallate de información cotidiana algo habría para documentar nuestro optimismo, que dijera el neo-clásico mexicano. "A ver: Cordero, la Bartola y seis mil pesos, los pobres y la pobreza... No, por ahí nomás no.... Hank, ¿justicia? No, la tremenda corte de Tres Patines, con todo y Rudecindo y Nananina... ¿Reformas? Si, un periódico muy leído y una avenida muy famosa, nada más.... ¿Lucha contra el crimen? Muerte, desaparecidos, impunidad, violencia, territorios sin ley.... Si, ahora veo la otra parte del vaso. Está llena. De sangre."

miércoles, 8 de junio de 2011

Mujer códice...

Mujer códice
Si quiero conocerte, necesito buscarte y perderme en el horizonte. Si quiero tenerte, debo sumergirme en la mitología de la que eres diosa, origen, caverna, destello. Allá surge y se desvanece tu esencia, convertida en el aroma que se desprende de tus poros, la respuesta a todos los secretos, la mirada viva de tus ojos sin luz, sin lunas. De una forma que aún no entiendo, pero adivino, sobrevive en los colores de tu cuerpo la armonía entre una mujer y el universo… Amoxtli, es tu nombre en náhuatl: el códice antiguo, atemporal, que tiene como lienzo tu propia piel en la que se derrama la tinta de tus venas y donde se pierde la savia de tu cuerpo, el néctar de todos los dioses.
Daniela Casal

Eres símbolo, principio, sabiduría, belleza, creación, poesía… Tu origen, como todos en las tierras del nuevo mundo, es un umbral mutilado, roto, envuelto en llamas, inconcluso… Tu originaria concepción del universo sufrió la condena, la intolerancia e incomprensión del hombre que dijo hablar por dios y actuar en su nombre. De ahí que tu cuerpo viva ahora disperso y repartido en todo el mundo y en cada rincón del firmamento. Tu reflejas la belleza y el misterio, los ciclos de la vida, los elementos que la forman. Eres augurio, ofrenda, ritual… Centro sagrado, los puntos cardinales, médula, substancia, el vuelo del ave y el olor de la tierra. Compartes el origen, la historia y simbolismo de los dioses que nos dieron vida. En manos del tlacuilo, ese pintor indígena que en sus manos tenía espíritus, plumas y pinceles, el tiempo adquiere medida, fuerza, sentido, colores y augurios.
Desde los señores de la noche hasta los días del fuego nuevo, eres cosmos, ciclo, círculo perfecto que nace de tus dedos, que se pierde en tu mirada, que se entrega con tu cuerpo...

sábado, 4 de junio de 2011

Ser tu fantasía...


Y una noche, bajo la luna llena de tu rostro, cerca de tus labios de horizonte, perdido en la llanura de tu vientre, vigilado por tus ojos de universo, habitante de tu cuerpo de cascada, quise encontrar la forma de ser tuyo, de convertirme en tu fantasía más deseada, en tu sueño recurrente... Me transformé en felino, y dejé que tus manos arroparan mis temores.

martes, 31 de mayo de 2011

Hoy, última jornada del primer mes sin ti, día inicial de la próxima semana sin tenerte, después de no dormir salí muy temprano con rumbo a tantas partes, lugares rutinarios, cotidianos, grises, tanto que he olvidado cuáles son, en dónde están, quién vive o trabaja, sonríe, llora o frunce el ceño en cada uno de ellos. Eran tantos, tan fugaces, que es cansado repetirlos. Tenía citas pendientes, trámites que continuar, visitas de cortesía en casas y cafés con amigos y parroquianos, con el único fin de saber, de comprobar si, aún sin ti, sigo siendo yo. Caminaba sin pensar en tu ausencia. Caminaba, punto. Casi sin rumbo, diría sin destino. Eso, más que caminar, era una huida. Con la monotonía de un desfile militar, y con la galanura que dan a sus pasos los desertores, los vagabundos, los nómadas, los trashumantes. En otros tiempos, cuando eras tú y con esa presencia nos convertías en “nosotros”, cuando nuestros nombres podían escribirse juntos a través de una “y”, antes de que apareciera la “o” que ahora nos separa, antes, decía, cuando estabas, caminar era un acto singular, una acción lógica, coherente, razonable. Aún sin saberlo, mis pasos tenían rumbo, curso, trayecto. Podían ir en mil direcciones a lo largo del día, pero tarde o temprano terminaban por buscar el camino, la dirección, la vereda que desembocaba en tu rostro, tus brazos, tus ojos, tu risa, tu voz, tu vientre. Entonces, caminar tenía sentido porque hacerlo era siempre ir hacia ti, rosa de los vientos, estrella polar, brújula y horizonte. Incluso al dirigirme al punto más lejano de mi itinerario, la ruta siempre tenía punto final en tu regazo. Era un boomerang que tenía la certeza de volver hasta tus manos.
En aquel entonces me gustaba llamar “destino” a todo lugar o paraje al que encaminara mis pasos. Así, al final de la jornada, mientras buscaba el viento que me llevara hasta el quicio de tu cuerpo, todas las noches me repetía que el destino, mi destino, estaba junto a ti. Eras el puerto de todas mis travesías, el sol de mi órbita, mi último paso, el punto de partida, origen y llegada. Tu silueta era el mapa original del nuevo mundo. Llamarte “destino” era una metáfora, una travesura hecha de palabras y deseos, pensaba entonces, antes de que se convirtiera en una celada en contra de mí mismo. Si no estás, agoniza el deseo de llegar a cualquier parte, y camino sin sentido, herido de ti, lastimado de muerte, pálido reflejo que se pierde sin llegar nunca a tus ojos, ayer dulces, tiernos, apacibles, y hoy del color terroso de la ausencia. Sin ti he dejado de ser un caminante para convertirme en un nómada, extravagante andariego de caminos sin orillas ni contornos, sin estación de llegada, un peatón de soledades sin palabras. Ese lugar en el que no estás no puede llamarse casa, hogar, refugio, morada. Es, si acaso, un domicilio. Hoy, seguir mis propios pasos es una peregrinación sin santuario, un viaje hacia la nada, un éxodo que llega hasta tu ausencia, una carta sin destinatario ni remitente, un tranvía sin rieles en ruta hacia el vacío. Antes, caminar era llegar a ti. Ahora solo puedo huir de mi sombra, el trazo sin contornos en el que me he convertido después de perderte.

domingo, 29 de mayo de 2011

Los problemas, conflictos e inconvenientes, sean reales, artificiales o imaginarios, grandes, medianos o minúsculos, provocados, creados o casuales, disolutos, solubles o irresolubles, repetitivos, rutinarios u originales, así como todas las pequeñas y variadas tonterías, necedades, sandeces y despropósitos acumulados día tras día, palabra por palabra, paso a paso, golpe a golpe, de no ser resueltos o disipados, terminan por amarrarse en un nudo que empieza invariablemente en la cabeza y poco a poco se enreda en otras partes del cuerpo, sus componentes, elementos y sustancias. Si hay manera de deshacerlo, todo fluye, se compone, camina. Si no se puede desatar, el nudo se acomoda en el estómago o se detiene en la garganta, ambas situaciones lamentables y perniciosas. Al no poder deshacer el nudo, o cortas la cuerda de un tajo o te enredas en ella. Las consecuencias de cualquier modo suelen ser dolorosas, impredecibles y confusas. Es bueno saber, aunque Alejandro no esté de acuerdo, que no es lo mismo cortarlo, que desatarlo. Si bien es cierto que hacerse o convertirse en nudo no necesariamente se traduce en situación desagradable o motivo de desventuras, también es verdad que para ser origen de sensaciones placenteras, el nudo obtiene esas propiedades y características únicamente en sus formas de lazo, vínculo, enlace, nexo, unión, conexión, mixtura, combinación, fusión y aleación, siempre y cuando incluya entre sus componentes ideas, sensaciones, pieles, aromas, cuerpos, texturas, sabores, colores y emociones. Sin embargo, en todo caso, es ocioso y agotador quedarnos hechos nudo…. Está bien. Ya, me callo. Estoy desvelado, Usted disculpe. Me siento como una mancha en la pared, un pedazo de cualquier cosa, una pañuelo en el piso, un vaso con huellas de la noche anterior… Un nudo. Me voy. Provecho.